Todo el mundo elogia la victoria en la batalla, pero lo verdaderamente deseable es poder ver el mundo de lo sutil y darte cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz de alcanzar la victoria donde no existe forma. (Sun Tzu)
Escribir sobre Jorge Luis Borges es escribir sobre la conjetura del universo del pensamiento, de aquello que nos descoloca por inasible, de la bruma del saber; trazar, en definitiva, líneas discursivas que se inscribirán en el aire. Decir «Borges», en cambio, encierra a la vez una pregunta retórica y una paradoja: ¿Ha habido escritor argentino más venerado en la cultura occidental? Su vida, sus opciones ideológicas, sus opiniones mediáticas, sus citas como epígrafes, sus cavilaciones filosóficas pueblan el mundo de la palabra. Sin embargo, como una suerte de contradicción, el lugar que ocupa su literatura en el nivel del lector promedio es el de la sombra y del silencio. Ya no nos sorprenden en modo alguno encontrarnos con los alegatos en contra de la dificultad de sus textos, de su inevitable penumbra, de sus inaccesibles canales de interpretación (Borges es el iceberg, dice Aira). Pero, como ya dijéramos, Otro es el Borges (El otro, el mismo) del campo intelectual: críticos, epígonos, investigadores, filósofos de toda ralea, etc., retoman sus argumentos, y sus escritos son objeto de minuciosos análisis, tanto así que casi se ha convertido en un fetiche, en un snobismo. Para decirlo con palabras de Fogwill: «Entre nosotros, la ilusión de control y eficacia tuvo su paradigma en lo que dimos en llamar la borgería. Todos borgearon, borgeamos o borgeásteis a su debido turno. Y el castigo por tanto borgear y haber borgeado es el espectáculo de la borgería contemporánea, reciclada por nuevos émulos de aquellos émulos de émulos que fuimos, pero compuesta al tono de una época que las destina al lugar del ridículo.» Por eso, en esta ocasión, dada la variabilidad inmensa de recorridos provisorios a la que se prestan los textos de Borges, nos gustaría concentrar nuestro transitar simbólico por la Biblioteca Babélica que propone (aporía: casi al mismo tiempo en el que fue nombrado Director general de la Biblioteca se profundizó su ceguera, cosa que inmortalizó en el poema de los dones: me dio a la vez los libros y la noche) y brindar, de ser posible, puntas de lectura, espacios de acercamiento.
En primer lugar, nos encontramos con una idea que Borges ha atacado desde diversos ángulos: la idea romántica de la originalidad, esto es, que el arte partiría de la intensidad de un genio único y solitario, de sus pulsiones interiores. Para Borges esto es una paradoja. No hay originalidad posible fundada en el ensimismamiento
[1]. La originalidad estaría más bien en lo plural, en el entrecruzamiento de diversos y antinómicos textos, de lecturas y reescrituras, es decir en cómo se articulan unos con otros. En este sentido, Borges, prescinde de los prejuicios estéticos del campo intelectual, por ende, opera con el consabido desparpajo de la mezcla, de la hibridación de géneros y temáticas a abordar
[2] -Cioran dijo en alguna oportunidad que lo que más le gustaba de Borges era esa plasticidad, esa habilidad combinatoria para hablar del tango y de la metafísica, por ejemplo-. Ahí, quizás esté el legado de Borges a la literatura argentina: una literatura construida en el borde. Posicionar las maquinarias literarias en las orillas implicaría que Borges entreteje su escritura en ese lugar indefinido entre las llanuras y las últimas casas, en cuanto espacio; un territorio cultural y estético de cruce: entre la cultura europea y la criolla; y una política de lectura que se cimienta sobre modelos literarios marginales o no consolidados (Macedonio Fernández, por ejemplo) y géneros “menores” como las milongas o los letreros callejeros
[3]. Borges lee desde otro lugar. Nosotros leemos, aquí-y-ahora, en “ La Biblioteca de Babel”: «El universo (que otros llaman la Biblioteca ) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales… Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. (…); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito…» (“ La Biblioteca de Babel”). En efecto, la posibilidad de combinatorias es infinita, se duplica ilusoriamente y se abisma (como la carrera de Aquiles y la tortuga). Desde esta perspectiva la originalidad de un genio no tiene sentido si se lo piensa sin relación con los Otros. Por otro lado, la Biblioteca es infinita porque no responde al número 1, lo original, por el contrario, al mestizaje, a la cruza de lo que se puede hacer con un número finito de posibilidades…
De hecho, aunque hubiera libros idénticos en los estantes, una sola letra modificada ya sea por omisión, distracción o equivocación bastaría para modificar totalmente la raíz; de la misma manera, una pasaje, un tópico, un párrafo, bastaría para cambiar la historia narrada porque la misma respondería a otro juego de lenguaje: «(Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?)» (“La biblioteca de Babel”, 1974:470). ¿Estamos seguros de profundizar, de descubrir el sentido oculto detrás de las palabras pronunciadas/escritas? ¿Las palabras reflejan fielmente la realidad? ¿… de entendernos? ¿… que los lugares que ocupamos como lector/escritor no son sólo circunstanciales? Asimismo, los lectores diversifican la lectura del texto hacia un número infinito de interpretaciones, condicionadas por los paradigmas y el contexto sociohistórico imperante, es cierto, pero siempre diversa, siempre provisoria, siempre en vías de realizarse.
Déjesenos sugerir un punto más. Borges desrealiza, procede como un disolvente: reprime cualquier intento de carnadura en los personajes y menciones a períodos históricos específicos. Por un lado, entonces, tenemos una peculiaridad notoria: para que la acción se desarrolle en el plano de la verosimilitud es necesario que el espacio cobre materialidad y que cierta carnadura recubra a los personajes: rasgos físicos, gestos, modos de vida, formas de vestir; rasgos psicológicos: obsesiones, inclinaciones, preferencias, etc.. Por el contrario, si para Borges “un hombre es todos los hombres” equivale a notar que en sus textos los personajes pierden todo tipo de rasgos que los particularizan o que los definen como seres actantes de una situación determinada. Sucede que Borges se vale de anacronismos, de metáforas acuñadas por la imaginación ancestral, de textos filosóficos de diversa índole, los cuales alejan al lector de “su” realidad inmediata
[4].
A raíz de lo mencionado, podemos decir, Borges construye mundos narrativos que cuestionan la linealidad y los blasones discretos del mundo base, de las consideraciones de lo real, de la normalidad. El juego con las posibilidades de los reversos de la realidad, el alejamiento ensayístico a través del prisma de la inmensidad de la biblioteca babélica y las inquisiciones filosóficas son modos de configuración de universos discursivos discontinuos La Biblioteca es Infinita y es Absoluta, incluye lo expresado y lo expresable, el pasado-presente-futuro, duplica en espejo, es laberíntica, no reconoce jerarquías ni centros, construye zaguanes en los que acaso hemos de encontrarnos. Hete aquí la apertura hacia ventanas que abren grandes senderos que se bifurcan hacia el infinito. Hete aquí BORGES, hete aquí el MUNDO: «Como todos los hombres de la Biblioteca , he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo… mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable.» (“ La Biblioteca de Babel”)
Lic. Mauro Figueredo
Bibliografía:
Borges, J. L.: Obras Completas. Buenos Aires, Emecé, 1974.
Sarlo, B.: “Cap. I: Un paisaje para Borges” y “Cap. III La libertad de los orilleros” y Cap. V: La fantasía y el orden” en Borges entre las orillas, pp. 19-29; 97-102.
Sarlo, B.: “Jorge Luis Borges” en Escritos sobre literatura Argentina. Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2007, pp. 147-206.
Yurkievich, S.: “Borges/Cortázar: mundos y modos de la ficción fantástica” en Julio Cortázar: mundos y modos. Barcelona, Minotauro, 1997, pp. 25-36.
[1] Cfr. Beatriz Sarlo, 2007:206.
[2] Cfr. Beatriz Sarlo, 2007:207
[3] Cfr. Beatriz Sarlo, 2003:34.
[4] Cfr. Yurkievich, 1997:38-40.
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