
Flash, en inglés, significa relámpago.
Para un drogadicto significa espasmo.
Flash es lo que experimente el organismo de un drogadicto cuando la droga penetra en sus venas impelida por el émbolo de una jeringa.
Su violencia es equivalente a la del relámpago y su intensidad igual a la del espasmo amoroso.
Un día le apliqué a una chica ese polvo pegajoso, ligeramente amarillento, que se desliza con dificultad en la palma de la mano y que se llama heroína.
Esta muchacha estaba sufriendo por falta de droga.
Lloraba y se retorcía las manos mientras yo le preparaba la inyección.
La tranquilicé hablándole suavemente con palabras cariñosas, mientras llenaba la jeringa.
Le hice un lazo en el brzo, pinché la vena que sobresalía en el pliegue del codo y le inyecté el líquido que obtuve luego de filtrar la mezcla de polvo y agua.
A medida que el líquido entraba en sus venas, la muchacha se echaba cada vez más hacia atrás, más se cerraban sus ojos, se coloreaban sus mejillas y aumentaba su jadeo.
Finalmente se entregó por completo, gimiendo de placer, tirada en la cama.
Luego pareció haberse quedado dormida, tranquila y feliz. Exactamente como después de hacer el amor.
Había experimentado su flash.
Y ahora, se había “ido”, “viajaba”, estaba “borracha por la droga”.
Y entonces yo a mi vez me inyecté, tuve también mi flash, viajé y me embriagué, con la droga-
La única forma de experimentar el flash es inyectándose la droga en las venas, pinchándose, dándose un shoot o un fix.
Esta es la razón por la cual, todo drogadicto auténtico un día u otro comienza fatalmente a inyectarse.
Y se convierte en un “junkie”.
En un Dios.
O en una piltrafa.
Como más les guste.
(Charles Duchaussois en Flash Buenos Aires, Emecé, 1998.)
Para un drogadicto significa espasmo.
Flash es lo que experimente el organismo de un drogadicto cuando la droga penetra en sus venas impelida por el émbolo de una jeringa.
Su violencia es equivalente a la del relámpago y su intensidad igual a la del espasmo amoroso.
Un día le apliqué a una chica ese polvo pegajoso, ligeramente amarillento, que se desliza con dificultad en la palma de la mano y que se llama heroína.
Esta muchacha estaba sufriendo por falta de droga.
Lloraba y se retorcía las manos mientras yo le preparaba la inyección.
La tranquilicé hablándole suavemente con palabras cariñosas, mientras llenaba la jeringa.
Le hice un lazo en el brzo, pinché la vena que sobresalía en el pliegue del codo y le inyecté el líquido que obtuve luego de filtrar la mezcla de polvo y agua.
A medida que el líquido entraba en sus venas, la muchacha se echaba cada vez más hacia atrás, más se cerraban sus ojos, se coloreaban sus mejillas y aumentaba su jadeo.
Finalmente se entregó por completo, gimiendo de placer, tirada en la cama.
Luego pareció haberse quedado dormida, tranquila y feliz. Exactamente como después de hacer el amor.
Había experimentado su flash.
Y ahora, se había “ido”, “viajaba”, estaba “borracha por la droga”.
Y entonces yo a mi vez me inyecté, tuve también mi flash, viajé y me embriagué, con la droga-
La única forma de experimentar el flash es inyectándose la droga en las venas, pinchándose, dándose un shoot o un fix.
Esta es la razón por la cual, todo drogadicto auténtico un día u otro comienza fatalmente a inyectarse.
Y se convierte en un “junkie”.
En un Dios.
O en una piltrafa.
Como más les guste.
(Charles Duchaussois en Flash Buenos Aires, Emecé, 1998.)
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