jueves, 29 de octubre de 2009

Un narrador extraordinario: Edgar Allan Poe


“¿No habré vivido en un sueño? ¿Es que moriré víctima del espanto y del misterio de las más alucinantes de todas las visiones?”(Poe en “William Wilson”)
“Hay una fatalidad en el fin y un efecto trágico que Poe (que había leído a Aristóteles) conocía Bien” (Piglia)

Cada vez que releo a Poe me embarga la misma sensación de inestabilidad, ésa que se teje como un decorado distorsionado alrededor de un hecho, de una acción, de una línea argumental. Por otro lado, me invade una lectura: la marginalidad de los personajes de Poe, como si necesitaran ponerse a un costado de la sociedad, de las instituciones para vislumbrar los andariveles otros, por donde opera el mundo. Ahí, en ese punto, sospecho, Poe cifra sus organismos literarios.
Ahora bien, Edgar Allan Poe nació en Baltimore, el 19 de enero de 1849. Él, y sus tres hermanos, quedaron huérfanos al poco tiempo. De manera que Edgar fue adoptado por una familia sustituta, por el adinerado comerciante de Virginia Juan Allan, quien accedió a los ruegos de su esposa que no podía tener hijos. Con el correr del tiempo, esta relación se fue resquebrajando porque el joven, de carácter irascible, volátil, se aficionó al juego y a la bebida y, al poco tiempo, por esta afición –que continuaría durante toda su vida- cometió desmanes que enfurecieron a su padre adoptivo. Tanto es así que éste terminó negándole la mantención y hasta omitiéndolo de su testamento.
Luego de hacer un recorrido militar, abandonarlo, vivir en constantes disputas monetarias y con su padre publicó el libro de poemas: “Al araaf, Tamerlane and Minor Poems” (1829), con el cual se inició, podríamos decir, en la carrera de las letras. Pero se daría a conocer con “El manuscrito encontrado en una botella” (1833), texto que le valió el primer premio en el concurso del periódico “Saturday Visitor”. Sin embargo, el verdadero reconocimiento llegaría con el, hoy día, famoso poema “El cuervo” (1844), publicado en un periódico y rápidamente popularizado. Esto hizo que el campo intelectual se disputara la figura del escritor.
Más allá de esto, Edgar Allan Poe, acaso sea un narrador nodal, ese tipo de narrador síntesis, en el cual se convergen, de un modo peculiar, puntos estéticos que serán continuados por otros escritores, acaso con más tino, acaso con más éxito, acaso con mayor complejidad. De hecho, innumerables autores ha continuado sus pasos: Mann, Baudelaire, Dostoievski, Borges, Maupassant, Kafka, Lovecraft, Cortázar, Stevenson, entre otros. No obstante, nadie antes que Poe los inauguró, los puso en funcionamiento en la serie literaria. Por eso Poe podría ser considerado –quizá- como el creador de la novela gótica, del relato corto, de ciertas líneas de la ciencia ficción, y, desde luego, del género policial.
En efecto, Poe fue, como sabemos, el creador del género policial. Lo inauguró en 1843 con “Los asesinatos de la calle Morgue”, texto al que se sumó “El caso Marie Rôget”. Estos textos son los principales puntos de partida del género. Borges en “El cuento policial” dice, justamente, que Poe creo textos para un público que en ese entonces no lo había y plantea la siguiente hipótesis: los géneros literarios antes que las características de los textos en sí dependen del modo en el que son leídos (Borges, 1996:190-1). Asimismo, agrega, que en ellos –en los textos de Poe de la serie policial- priman los procedimientos de análisis intelectuales, aquellos que le otorgan un matiz sutilmente diferente a otros géneros. Un género, un publico, que después serían laboriosamente continuados por otros escritores, Borges entre ellos: “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “La muerte y la brújula”, por ejemplo.
Piglia, en Formas breves, invierte un tanto la lectura de Borges. Según Piglia, en el género policial se plantea significativamente la búsqueda de resolución del problema –nunca definitivo, por cierto- de cómo discutir lo que discute la sociedad pero de otro modo. De hecho, señala Piglia, que Poe, a través del género policial, brinda una solución a ese interrogante de un modo radical, ejemplar: crea un detective –con una extraña inteligencia-, mas no un profesional del crimen, que resuelve los asesinatos sustentándose en una pesquisa intelectual. Puede realizar el análisis, precisamente, porque se encuentra fuera de la sociedad, es un marginal: no corresponde con ninguna institución y tampoco pertenece a las del reino de lo criminal, por eso es alguien que mira desde los bordes (Piglia, 2005:67-8).
Pero Poe es mucho más que el género policial. Esas lecturas de Borges y de Piglia –el estar afuera y el modo en el que la intelectualidad se entreteje en todos sus relatos- son, asimismo, los mecanismos de varios de sus cuentos. El memorable “El escarabajo de oro” presenta una estructura narrativa en la cual se establece una tensión permanente entre la mirada racionalista y la mirada alucinada de un marginado: Legrand, alguien que está fuera de las normas del vivir burgués. Curiosamente, es éste personaje quien puede ver cuestiones que otros personajes no pueden ver y es quien termina torciendo el destino del narrador -que se mantiene escéptico hasta último momento-, y utiliza todos los moldes de la razón para intentar dar una explicación coherente a los extraños comportamientos de Legrand –en este sentido, Poe fue un precursor del género fantástico-. Pero Legrand no está loco, indaga más allá de la rutina racionalista. Todos estos ingredientes del cuento clásico: tensión, desenlace, final sorpresivo, arquitectura se disuelven en un ejercicio intelectual, en el descubrimiento de aquello que por medio de una operación mental ha quedado oculto.
“La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, en cambio, presenta una estructura narrativa más nítida, donde se tensan todos los elementos del entramado narrativo en una prueba parasicológica. El narrador intenta hipnotizar al señor Valdemar en el borde de la muerte. Lo consigue y consigue hacer que Valdemar nos hable desde la misma muerte (terror, horror, fantástico), la sutileza, la alusión de Poe se manifiestan aquí. “William Wilson” cifra, en un duelo esquizofrénico -también eso se lo debemos a Poe- el tema oculto del doble, un pliegue de dos personalidades -antes que el thriller en el cine hollywoodense-. El doble filo de dos antagonismos, yo y el otro, el Némesis, que se debaten por imponerse una sobre la otra y donde dos seres reflejan al individuo –¿acaso no somos muchos seres al mismo tiempo?, ¿acaso todos nuestros roles sociales, por diversos, nos llevan por los derroteros de la contradicción?-
En “El manuscrito encontrado en una botella” la estrategia literaria habla por sí misma. El manuscrito encontrado es aquel redactado por quien ha desaparecido en los extraños mares de Oceanía. Un redactor de lo imposible. Eso, precisamente, es lo que hace Poe, trabajar con elementos que preparados para que funcionen a la perfección de repente se fractura, se quiebran, y emerge, como un fisura, una grieta en el piso de la racionalidad técnica. Mundos extraños, poblados de seres misteriosos, de grandes intelectuales marginados, de sucesos extraordinarios.
Camino, líneas, puntos, nodos, vertientes, mundos –que nutrieron a la literatura-. Mundos narrativos que, como en los de su propia vida, nunca pudo afianzarse del todo: se mantuvieron en la lábil y difusa línea divisoria de la razón y la alucinación. Poe, entregado a la neurosis y a la melancolía, murió de delirium tremens y en la más extrema miseria, el 7 de octubre de 1849, en Baltimore.

Lic. Mauro Horacio Figueredo

Bibliografía:
Enciclopedia Espasa-Calpe.
Piglia, R.: “Los sujetos trágicos (Literatura y psicoanálisis)” en Formas breves. Buenos Aires, Anagrama, 2005, pp. 67-8.
Borges, J. L.: “El cuento policial” en Borges oral, Obras Completas, Tomo IV. Buenos Aires, Emecé, 1996.