Julio Cortázar nació –de manera fortuita- en Bruselas-Bélgica. Luego de recalar en algunas partes de Europa se radicó junto con sus padres en Banfield, donde pasó su infancia. Después de graduarse de maestro superior de escuela, peregrinó por varios establecimientos de la zona, hasta que obtuvo una cátedra en la Universidad de Cuyo (Mendoza), que luego abandonaría por desavenencias políticas. Al fin y al cabo, gracias a una beca de la Unesco para traducir, se radicó en París-Francia, lugar en el que se establecería definitivamente, y en el cual muere el 12 de Febrero de 1984.
Como autor, a través de su peculiar uso del lenguaje renovó las estructuras narrativas, especialmente en el género cuentístico. Podríamos decir que habría dos momentos en la literatura cortaziana: un primer momento en el cual su propuesta estética se impregna de lo fantástico (de ahí su estrecha ligación con el surrealismo como estética y también como cosmovisión); un segundo momento en el que detenta su postura ideológica-política -Piglia dice que éste fue, tal vez, su gran drama (cfr. Álvarez Garriga, 2006:10)-. En efecto, en 1981 se nacionalizó ciudadano francés, como protesta ante la toma del poder de las diferentes juntas militares en la Argentina. Si bien nunca abandonó del todo la visión fantástica, alucinada, de “la realidad”.
Su literatura, acaso podría relacionarse en algunas líneas estéticas con la de Jorge Luis Borges, Antón Chéjov o Edgar Allan Poe (de quien fue su traductor). Cortázar fue creador de cuentos inolvidables y pasajes novelísticos insuperables que, en cierta forma, inauguraron una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones múltiples, en cuanto a temáticas respectan, que abarcan un abanico impresionante de problemáticas existenciales. Estas narraciones escapan a la linealidad temporal, y los personajes adquieren una marcada profundidad psicológica.
De más está decirlo: hablar en pocas líneas de la obra de Julio Cortázar puede parecer una tarea monumental o pasar a ser una vana y tediosa empresa condenada al fracaso. Sobre todo por la variabilidad de temas, situaciones, personajes, cosmovisiones, tratamientos estéticos, etc., con los que Cortázar aborda –y desborda- sus relatos . Por lo tanto, al igual que el módulo sobre Arlt, no nos centraremos ni en su biografía ni en su análisis exhaustivo, solo esbozaremos algunas características que consideramos pertinentes.
En efecto, el mundo narrativo de Cortázar es «Múltiple, por la pululante variedad de componentes que la integran: experiencia sensible, sueños, recuerdos, proyecciones fantasiosas, fantasmas, asociaciones sorpresivas, iluminaciones, alucinaciones. Multiforme, por la variedad de combinatorias y configuraciones que adopta….» (Yurkievich, 1996:57).
Si hablamos de multiplicidad en variedad de universos del discurso y combinaciones tendríamos que destacar un elemento inherente a su narrativa: lo fantástico, o el fantasy, para ser más precisos, teóricamente hablando. Cortázar siempre ha mantenido una estrecha relación con lo fantástico, como dice Yurkievich, algunas veces esto parte de la capacidad de Cortázar de crear mundos; otras de alguna experiencia autobiográfica-existencial (Yurkievich, 1996:57), no obstante, ambos se combinan, dialogan, enriquecen la visión del mundo narrativo.
Cortázar parte de materiales ordinarios –hete aquí la raigambre surrealista en Cortázar-. Estos materiales ordinarios son modificados y amplificados dando origen a lo fantástico, rompiendo estructuras del sentido común, del mundo base, del realismo mimético (Yurkievich, 1996:58). Salir de lo funcional, de la vida corriente a través de lo imaginario y hacernos por vía lúdica, salir de lo útil, de lo productivo, del capitalismo alienante. «Restaura así un saludable trato con lo absurdo, lo arbitrario, lo aleatorio, lo informe, lo caótico» (Yurkievich, 1996:59).
De ahí, puede decirse, la estrecha vinculación de la obra de Cortázar con el género fantástico. A través del género fantástico este escritor cuestiona las estructuras y sistemas del mundo base, de modo tal que cuando el lector se adentra en los mundos narrativos que nos propone se produce, como en sordina, por lo bajo, de a poco, una disrupción con el orden establecido. Sin embargo, quizá la clave en Cortázar sea ese mundo cotidiano, de todos los días, esa realidad rutinaria, apacible, que de pronto se ve dislocada por un hecho que la saca de su eje –que la saca de quicio-.
Casi todos los cuentos que he escrito –ha declarado Cortázar- pertenecen a género llamado fantástico por falta de mejor nombre y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa a efecto, de psicologías definidas, de geografías bien cartografiadas. En mi caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable y el fecundo descubrimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero estudio de la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones de esas leyes, han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo realismo demasiado ingenuo.
Ahora bien, como se sabe, Cortázar en el período tardío de su existencia se acercó a la ideología revolucionaria de corte marxista, pero sin abandonar nunca lo que él consideraba como sus “revoluciones estéticas”. Así lo deja en claro en una conferencia en la Habana: «Por mi parte, creo que el escritor revolucionario es aquél en quien se fusionan indisolublemente la conciencia de su libre compromiso individual y colectivo, con esa otra soberana libertad cultural que confiera el pleno dominio de su oficio. (…) Contrariamente al estrecho criterio de muchos que confunden literatura con pedagogía, literatura con enseñanza, literatura con adoctrinamiento ideológico…» (Cortázar en Couffon, 1996:34). Dato este que con frecuencia se olvida al abordar sus textos y se sobredimensiona el compromiso político.
Como sea, en Cortázar siempre nos encontraremos con un constante cuestionamiento a la sociedad y sus valores -sobre todo en Rayuela (1963), novela esta, que, como se sabe, pertenece al llamado boom latinoamericano -, y dentro de ésta a la intelectualidad. Podemos notar, asimismo, ese presente anímico de los personajes, antes que una linealidad de sucesos, pero, al mismo tiempo: la temporalidad es lúdica, se juega más con la temporalidad metafísica. Lo mismo que la pluralidad de voces que pueblan sus textos.
Pero antes de generar un campo de continuidades que el mismo marco de esta exposición no permite, no estaría de más centrarnos en la macroestructura de Rayuela, ya que sirve para ilustrar una nueva forma de leer literatura. La relación de fractura estaría en la distribución del texto. Primero: Cortázar nos ofrece una especie de cartografía personal, en la que el seguir el ordenamiento que el autor propone debilita la sensación de encontrarnos en un determinado punto del libro, más cercano al final o al comienzo. Segundo: cada apartado del libro funciona como una suerte de links –para decirlo con una palabra cibernética- que permiten leer cualquier apartado independientemente de los otros. Tercero, además de las historias centrales, el libro posee un lado “B” de la historia, como un reverso que nos lleva por otros senderos. Ahí estaría ubicada una nueva punta de la historia en sí, los escritos de Morelli, las citas de otros autores, y los recortes de periódicos y hasta los alegatos judiciales. Ahí aparecen los nombres de Anäis Nïm, Octavio Paz, Lezama Lima, Artaud, etc.. Las citas funcionan como ojos múltiples o como espejos, aunque deformantes, que se relacionan de otra manera con el capítulo y que permiten leer el libro de otra manera. En definitiva, esto permite vislumbrar la riqueza en el tratamiento estético por parte de Cortázar.
No obstante, que más podríamos decir de Julio sin ser redundantes... De aquél Julio, el biográfico, nos llegan una infinidad de voces que más o menos se reproducen con exactitud; del otro (el literario), en cambio, emerge una polifonía que nos lleva hacia OTROS mundos posibles…ahí, podrían estar cifradas las claves de su cosmovisión; ahí, quizá, habría que buscarlo…
Sus obras
• Los Reyes (1949)
• Bestiario (1951)
• Final de Juego (1956)
• Las armas secretas (1959)
• Los premios (1960)
• Historias de Cronopios y de Famas (1962)
• Rayuela (1963)
• Todos los fuegos el fuego (1966)
• La vuelta al día en ochenta mundos (1967)
• 62/Modelo para armar (1968)
• Último round (1969)
• La prosa del Observatorio (1972)
• Libro de Manuel (1973)
• Octaedro (1974)
• Alguien anda por ahí (1977)
• Territorios (1978)
• Un tal Lucas (1979)
• Quremos tanto a Glenda (1980)
• Deshoras (1982)
• Nicaragua tan violentamente dulce (1983)
• Los autonautas de la cosmopista (1983, escrito con Carol Dunlop)
• Divertimento (1986)
• El Examen (1986)
• Diario de Andrés Fava (1995)
• Adiós Robinson (1995)
Bibliografía:
Carlés Alvaréz Garriga: “Prólogo” en AA. VV. Cuentos inolvidables según Julio Cortázar. Buenos Aires, Alfaguara, 2006.
Yurkievich, S.: “Borges/Cortázar: mundos y modos de la ficción fantástica” en Julio Cortázar: mundos y modos. Barcelona, Minotauro, 1997, pp. 25-36.